Cuenta la leyenda que allá por el 1093, durante la época de dominio Musulmán de la península Ibérica los moriscos injertaron en los olivos autóctonos de la península Ibérica variedades de olivos propias de sus regiones.
Así se crea el olivo de variedad Morisca, un árbol vigoroso de alta resistencia a las sequías y gran adaptación a los suelos calizos.
Su producción de aceitunas es más limitada que olivos de otras variedades, pero las especiales características organolépticas de sus frutos los han convertido en un preciado tesoro para los amantes del buen aceite.